Los callejones, ese paso estrecho que suele estar entre edificios o detrás de ellos, pierden su condición de lugares sórdidos o abandonados, cuando se revitalizan gracias a pequeños negocios locales que vegetan esos espacios.
También existen planes urbanísticos que proyectan ciudades más transitables y éstos ayudan a crear ambientes cálidos en zonas urbanas que estaban condenadas al olvido.
Pero ¿qué sucede con esos pequeños callejones urbanos, especialmente en los pueblos, que no tienen salida y cuyo único propósito era facilitar la carga y descarga (en su día, del carbón) o es el acceso de coches a los garajes?. Esos callejones que, con el paso del tiempo, se han ido vistiendo de fachadas con estéticas de las que es casi imposible arrancar ni un ápice de encanto.
Para conseguir algún guiño a la belleza en esos lugares, las plantas, cómo no, son infalibles. Plantadas en el suelo o macetas y jardineras. En las ventanas. Con ostentación o con modestia. Con flores o sin ellas. Las plantas siempre ayudan a ver la cara amable del espacio urbano y, en este caso, a dar una salida feliz a esos callejones. Y para muestra un botón, o mejor una imagen, que vale más que un botón. Un callejón sin salida que, por obra y gracia de la terraza de un horno de pan con cafetería y dos trepadoras (Plumbago capensis), se ha convertido en un rincón con cierto encanto.