Nada de particular y todo, porque en la mano caben muchas flores, casi tantas como ilusiones en nuestra vida. Se sujetan con firmeza, pero sin apretar. Poco a poco, una a una, hasta que algo te dice, ya está.
Y aquí está, una especie de bouquet improvisado que puede alegrarte una mañana, porque cuando lo pones en un pequeño frasco con agua, dices… vaya, mira qué chulo ha quedado, y te vas tan feliz a coger la cámara de fotos (o el teléfono, como es este caso) para hacer la foto y… bueno, sí, presumir después un poco, al fin y al cabo, pavonearse de vez en cuando tampoco está mal… digo yo.
Pues eso, un poco de aquí y otro de allá. Todo empezó con las flores del Pelargonium capitatum, que ya necesitaba una buena poda, y qué aroma tan rico tienen sus hojas… Aproveché y cogí una flor de Zinnia elegans, una pequeña flor de Armeria marítima, un tallo floral de Salvia farinacea y unas ramitas de hierbabuena y también de menta. El bambú y alguna gramínea dieron el toque final. Cuando mi mano ya no tenía capacidad para sujetar ningún tesoro más, dije, al agua todo el mundo. Y ya está, así de simple, pero, qué bonitas son las cosas sencillas ¿verdad?