Mallorca es recuerdo de numerosos personajes. Es más que una isla mediterránea. Muchos artistas y personalidades de diferentes lugares del mundo han dejado su huella. Entre entre ellos Santiago Rusiñol (Barcelona, 1861 – Aranjuez, 1931), que la descubrió durante la primavera de 1893. En esa primera visita a Mallorca, quedó seducido por una isla, cuyos paisajes y jardines le ofrecían valiosas fuentes de inspiración, no solo para la pintura, sino también para la literatura.
Ver también: Raixa, jardines neoclásicos y románticos en una posesión de Mallorca
Volvemos a Mallorca, a su paisaje, su luz y belleza. Volvemos a una isla a la que también volvió Rusiñol en 1902, cuando él y Joaquín Mir recibieron el encargo de realizar una serie de plafones para decorar el edificio modernista del Grand Hotel de Palma, que había proyectado Lluís Domènech y Montaner.
Santiago Rusiñol y la isla de la calma
A veces conocido como el ‘pintor catalán de jardines’, el pintor, escritor y dramaturgo español Santiago Rusiñol (Barcelona, 1861 – Aranjuez, 1931) demuestra en muchas de esas obras su dominio de los sutiles matices de la luz en diferentes momentos del día. Sin artificios, sumerge al espectador en una dulce y solitaria contemplación de la abundante vegetación de los jardines y paisajes que modela en sus pinturas.
La fascinación de Rusiñol por los paisajes y jardines de Mallorca surge en 1899, año en que visitó la isla para recuperarse de un problema de salud. A partir de entonces, volvió a la isla con regularidad, explorando cada rincón de su paisaje luminoso.
En esa época, fascinado por los paisajes luminosos, los patios, la luz, el agua y el sosiego de la isla, comenzó a expresar con la pintura su forma de mirar y sentir Mallorca. Dicen que la Serra de Tramuntana lo cautivó desde el primer momento, lo que indujo a que sus estancias en la isla fueran cada vez más frecuentes. Algunos de los cuadros de Rusiñol más conocidos están inspirados en los lugares que habitó allí, como el barrio del Terreno en Palma, Pollença, Cala de Sant Vicenç, Sóller, Valldemossa y Bunyola, donde residió.
Entre todos esos rincones de Mallorca, parece ser que la luz de Valldemossa fue una fuente particular de inspiración para Rusiñol. Allí realizó una treintena de obras, en ocasiones abordando la misma visión con varios años de diferencia, y les dedicó una exposición en Barcelona en 1903.
Los expertos apuntan que los óleos que Rusiñol pintó en Mallorca figuran entre las obras más serenas de su obra. No en vano, el artista se refirió a esa isla como L’illa de la Calma (La isla de la calma), titulo de libro que publicó en 1922 sobre esa isla.
Un idilio con la naturaleza. Ese paraíso para quienes se establecieron en la isla hacia el 1900; un alto en el camino en contraposición a la sociedad industrial y materialista que Rusiñol rechazaba. Paisajes, flores, patios y sosiego. Eso es mucho de lo vio y vivió en Mallorca, mucho de lo que era la isla en aquella época. Mucho de lo que queda, si sabemos mirarla.
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