De los paseos por el jardín o el campo nunca se vuelve con las manos vacías, lo dicen 9 de cada diez dentistas (…) y lo digo yo también. Claro, que no lo digo con ánimo de sentar cátedra, ni mucho menos, sino con una clara intención, presumir con ganas de lo bien que se vive en el campo.
Pero decir que se vive bien en el campo no significa que el campo viva bien. El campo está sufriendo y mis paseos, en ocasiones, me producen tristeza, con la misma intensidad que despiertan mi admiración aquellas plantas que brotan en medio de un paisaje desolado, desértico, árido como nunca. Y entonces, dices, para aliviar tu pena, qué contraste tan bonito, qué foto tan bella podría hacer si tuviera una buena cámara. Porque así es la vida. A veces, hasta de nuestras propias miserias sabemos sacar rédito.
Enero ha traído al campo lo que antes traía febrero o marzo. Ha dejado lo que antes se iba en noviembre y movido algunas conciencias, solo algunas, para evidenciar el daño que estamos haciendo al planeta. Hay luz al final del túnel, pero el túnel cada vez se alarga más. No queda mucho espacio para bromas ni consejos mediocres, y desde luego, ya sabemos todos que no hay que hacer caso al primo de Rajoy cuando decía que “lo del cambio climático” era una exageración. No se puede jugar con temas serios, ningunear lo esencial para apoltronarse cómodamente. Hay que poner en cuarentena a los tramposos, mantenerse alejado de los deshonestos, para centrarnos en lo que nos interesa: pasear por el campo con nuestra conciencia limpia; y defenderlo con determinación.
Mientras tanto, estas son algunas de las bellezas que ha regalado a mis ojos el campo, el jardín y mis paseos del mes de enero y que mi móvil, amablemente, ha retenido para poder compartirlas con vosotros.
Euphorbias, muchas y muy diversas; el amarillo lo ponen algunas castañuelas (Pallenis spinosa) o bellas caléndulas (Calendula arvensis). Del azul de diminutas salvias (Salvia verbenaca) pasamos a inmensos ágaves que están haciendo su agosto (Agave americana). Tampoco faltan las de la tierra, las plantas que se quedan y no rechistan cuando no hay agua: matorrales de lavanda (Lavandula dentata), de bufalaga (Thymelaea hirsuta), tomillo (Thymus vulgaris) o romero (Rosmarinus officinalis), a veces juntos, otras aislados, pero siempre creciendo. El sedum (Sedum sediforme) descansa de vez en cuando en alguna piedra, pero no desfallece y continúa su marcha. El tiempo esta loco, dicen, y la varita de San José (Asphodelus fistulosus) no llega con el santo (19 de marzo) sino con los Reyes Magos (6 de enero)… y otras se quedan, despistadas, como la “Señorita Rosalita” (Cleome hassleriana). Los humildes y, a la vez, majestuosos algarrobos europeos (Ceratonia siliqua), resisten; y se fortalecen con la ayuda del hombre, que crea un acolchado de piedra para que los chupones no le resten energía y pueda dar muchos y buenos frutos, las algarrobas, esos mismos frutos que en épocas difíciles calmaron la hambruna. Y también hay algo de color y esperanza: siempre, siempre, las flores de gitanilla (Pelargonium peltatum) o el geranio (Pelargonium zonal). Los bellos híbridos de las dimorfotecas (Osteospermum ecklonis); y los frutos y semillas que nunca deben faltar, como los del evónimo (Euonymus japonicus) que brotan con ganas. Las hay, incluso, que viven del aire (Tillandsia).
Muchas plantas, flores y hojas, esas hojas que recogió con ganas el viento de un casi frío día de enero, que parecía anunciar ese invierno que de momento no ha llegado. Feliz febrero. Feliz invierno a todos.