Tres de cada diez viviendas afectadas por la DANA de Valencia, la mayor catástrofe en lo que va de siglo en nuestro país, se levantaron conociendo que se estaban construyendo en zonas críticas, es decir, en zonas inundables.
Las palabras del titular de este artículo están extraídas de la columna de opinión de Manuel Vicent publicada en el 3 de noviembre de 2024 en el diario El País. Un texto breve, pero que resume con fidelidad todo lo que sucede y sucederá en muchos puntos del Mediterráneo si gobernantes y ciudadanos no atendemos a la señales de alarma del cambio climático. No solo debemos cambiar nuestros hábitos para frenar su avance, sino que también, y puesto que lo hecho ya no tiene remedio, tenemos que estar preparados para mitigar los efectos de esos cambios de las temperaturas y los patrones climáticos que se irán produciendo a medio y largo plazo.
Esos deberes no se han hecho en Valencia, como en otras muchas provincias de nuestro país. La mayoría de las 75.000 viviendas afectadas por la DANA en 47 municipios de Valencia se construyeron en zonas inundables identificadas en el Plan de Acción Territorial de carácter sectorial sobre prevención del Riesgo de Inundación en la Comunitat Valenciana (PATRICOVA ) aprobado en 2003.
Valencia en el corazón
Valencia en el corazón es el título de la columna de El País a la que hoy hago referencia, y solo pueden leerla quienes estén suscritos a ese diario, por lo que he pensado que sería buena idea reproducirla aquí para que pueda llegar a más personas. No es un texto alarmista, ni mucho menos populista, sino un breve manifiesto cobijado por la sensibilidad de Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936), periodista y escritor con más de 15 obras publicadas, algunas de ellas llevadas al cine, como Tranvía a la Malvarrosa y Son de mar.
Como todos los años, al iniciarse el otoño, la gente del Mediterráneo sabe que un día se abrirán las compuertas del cielo, comenzará a llover con una fuerza inaudita y se llevará por delante todo lo que encuentre a su paso. La furia de la riada buscará el mismo camino hasta el mar que había seguido durante miles de años sin hallar otros obstáculos que los de la propia naturaleza. Pero a lo largo del tiempo los cauces que eran de su exclusiva propiedad se fueron cegando debido a que el desarrollo económico le disputó su territorio, hasta el punto que en la servidumbre de paso del agua se han levantado pueblos, fábricas, autopistas e interpuesto millones de automóviles. Se trata de un desafío entre los hombres y la naturaleza. Está claro que contra la naturaleza no se puede. La tierra, el aire, el fuego y el agua son los cuatro elementos, que según Aristóteles, conforman la materia que te salva o te mata de forma irracional, pero también a veces según uno se comporte con ella. La tierra que te da de comer con sus frutos, puede aplastarte con un terremoto; el aire con esa brisa tan agradable que respiras puede convertirse en un huracán devastador, el fuego que arde en la chimenea es capaz de incendiar los bosques y el agua que bebes puede llevarse por delante tu vida con todos tus enseres. Los científicos habían advertido con suficiente antelación de la tragedia que se avecinaba alrededor de Valencia y no se equivocaron; sin duda algunos políticos no han estado a la altura de este cataclismo, pero si algún miserable trata de sacar partido de esta desgracia echando la culpa al adversario será como uno más que aprovecha el caos para realizar un pillaje en un supermercado. En medio de la desolación es el momento de la solidaridad y del arrojo ante el infortunio. Con muchas lágrimas los muertos serán enterrados, con el tiempo esta tragedia de Valencia será olvidada, y por nuestra parte seguiremos jugando a desafiar a la naturaleza, como siempre, sin haber aprendido nada.
Sin duda, suscribo todo lo que afirma Manuel Vicent en este texto, y aunque desearía ser más optimista lo cierto es que, como a él, me cuesta creer que este escenario tenga visos de cambiar. Quiero pensar que aprenderemos a no volver a desafiar a la naturaleza, pero no puedo prometer nada.
Fotos © Santi Palacios
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