Ayer visité en el IVAM de Valencia la exposición Menchu Gal, un espíritu Libre Lo dicen en la presentación de esta muestra y no puedo estar más de acuerdo. Hay una energía latente en la obra de Menchu Gal. Y esa energía hizo que mi mirada se fijara, dentro de su variada creación, casi exclusivamente en sus paisajes e interiores, contemplándolos como si los viera con sus propios ojos, disfrutándolos como si me sumergiera en ellos de la mano de su creadora. Los abstrae de tal forma, que permiten adivinarlos con un solo golpe de vista. Te invita a jugar a adivinar su título, casi como un reto. Lo hice y os aseguro que es fácil acertar.
La sensación de cercanía hace, incluso, que imagines que ese cuadro lo acaba de pintar, que has estado allí con ella, admirando lo que su pincel ha creado. Invita -si estuviera permitido- a pasar el dedo delicadamente por el lienzo para comprobar que el óleo está seco. El cromatismo en sus paisajes es evocador y te acerca a la tierra que admiró en su infancia, los de Fuenterrabía son maravillosos. Pero esos colores también te regalan la luz de Ibiza y los atardeceres del campo, el misterio de los bosques, el encanto de la vendimia, la calidez del paisaje nevado, la fuerza del mar y es especialmente generosa con los colores de los paisajes de Castilla.
Cuando empiezas a sentir el cansancio de ese largo viaje por España, te muestra con gran calidez unos interiores que invitan al descanso, sugieren refugio, pero lo hace siempre junto a una ventana, para permitir que sigas conectado al exterior, admirando los que sus ojos vieron en su día.