Este fin de semana he descubierto (en una revista, se entiende) un jardín en Nueva Zelanda no apto para envidiosos. No cabe duda que allí la variedad de plantas es realmente increíble, pero eso no es suficiente para conseguir un jardín digno de una categoría de 5 estrellas en la organización New Zealand Gardens Trust.
Estamos en Quensland, en la Isla Sur de Nueva Zelanda, y vamos a conocer un jardín que ocupa una superficie de 5,6 hectáreas, en una zona de clima extremo, con temperaturas que en invierno pueden bajar hasta -19ºC y en verano alcanzan los 30ºC. Situado en una ligera pendiente, mira hacia el sur a la cordillera conocida como The Remarkables y hacia el noroeste a Coronet Peak. Cuando llegaron Janet y John Blair, descubrieron que las vistas espectaculares tenían un precio añadido: no había árboles alrededor de la casa, ningún refugio y no se escuchaba el canto de los pájaros.
Durante los últimos cuarenta años han ido construyendo este jardín y la idea era clara: “la jardinería es una buena alianza entre la naturaleza y el artificio”. Ese principio básico inspirado en el libro de Russell Page (1906-1985) The Education of A Gardener, es lo que les llevó a lograr un jardín abierto a la naturaleza. Un jardín dentro del paisaje, aprovechando las líneas que recortan las montañas y un diseño de plantación realizado con tal inteligencia que ha conseguido domar los fuertes vientos del sur, con setos y árboles que rodean la casa. Además, plantas exquisitamente elegidas que armonizan con las tonalidades del paisaje en el que se ha integrado el jardín.
Fuente: Artículo de Christine Raid | Gardens Illustrated Nov 2013 | Fotos: Claire Takacs