Hoy nos quedamos cerca, al menos muy cerca de donde estoy escribiendo esta entrada. Se suele decir que ‘cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro’. Tal vez, del mismo modo se podría afirmar que ‘cuanto más conozco a los hombres, más me gusta vivir en contacto con la naturaleza’.
Estamos entre Bétera y La Pobla de Vallbona, en Valencia. Pasaremos delante de un campo de cultivo de patatas que ya han sido recogidas, pero en el suelo aún quedan, son aquellas que no han pasado la prueba del ‘calibre comercialmente deseable’. Están estupendas, de modo que el paisaje con trabajadores temporeros se ha sustituido por el de ciudadanos con bolsas y sacos que las recogen. Caminando unos metros, pasamos al campo de cebollas, un cultivo más que habitual en esa comarca. Ahí están todavía sin recoger y parece que la luz de la tarde les brinda la oportunidad de lucir más bellas, su ‘envoltorio’ brilla y eso le da un encanto especial.
Sin dejar de ver al fondo el relieve de la Sierra Calderona con la luz del atardecer iluminándola, continuamos y pasamos de las cebollas a las rosas, así, a tan solo unos pasos. Son rosales de pie bajo, pero también están las trepadoras. Perfectamente alineadas. La naturaleza y la mano del hombre en perfecta armonía. Limpio, cuidado, casi mimado. Entonces pienso, está bien, tal vez la naturaleza a veces agradece la intervención del hombre si es respetuosa. De modo que tengo que añadir: cuanto más conozco el campo, más me gusta la gente que trabaja en él y más admiro su trabajo.