Galicia, para el que no la conozca, es tierra de meigas, sí, pero también es la tierra del buen comer y del buen beber. Es tierra verde por los cuatro costados. Tierra de corazones rotos. De largas ausencias, las de los marineros que marchan a la mar y la de los que buscaron mejor vida al otro lado del charco. De duras batallas, como la de los percebeiros contra el mar bravo. Pero si hay que celebrar algo, se hace y por todo lo alto ¡pues no se montan buenas parrandas en Galicia!. Mi padre se llevó a Madrid ese espíritu parrandero, y las comidas con largas tertulias y cantinelas golpeando la mesa, llegaron a ser populares en nuestro entorno.
Mi fortuna es tener una hermana y un hermano, con sus respectivas familias, viviendo en A Coruña, concretamente en el municipio de Oleiros, lo que me permite viajar de vez en cuando a allí. Estas fotos que os muestro hoy son de hace dos años, hechas con el móvil y sin ninguna pretensión de ser publicadas, puesto que entonces no tenía blog ni cuenta en twitter. De modo que, son lo que son. Calidad justa, pero fiel testimonio de un largo paseo, que comenzó de buena mañana en Santa Cruz (donde vive mi hermana) y terminó por la noche parrandeando en A Coruña.
En Santa Cruz (Oleiros) hay un recorrido que resulta realmente hermoso. Se puede empezar desde el puerto. Al fondo, a mano izquierda, hay unas escaleras que suben hacia una zona boscosa que bordea el mar y, durante aproximadamente 2 kilómetros, puedes pasear entre el verde cálido y envolvente y el mar.
Cuando esto se acaba, es para adentrarse en un camino rural flanqueado por casas de la zona, en las que las hortensias son protagonistas absolutas, entre un sinfín de plantas exuberantes, como suelen ser allí. Y es que en Galicia las plantas o no prosperan, o, si lo hacen, crecen con pasión, con ganas. Las hortensias se colocan fuera, en el exterior, luciendo, presumiendo. No hay miedo a que las roben, todo el mundo tiene una. Y si no la tienes, están en cualquier muro. Hay hortensias para todos.
Por ese camino rural se continúa unos dos kilómetros, para, finalmente ver como las casas van dejando ese espacio que permite que veas de nuevo el mar.
Y cuando menos lo esperas, aparece la playa de Bastiagueiro, la de los coruñeses. Esa playa que, como la mayoría de las de Galicia, está medio vacía por la mañana, y se convierten en un hervidero por la tarde, hasta la puesta de sol. Bueno, eso siempre y cuando las nubes de la mañana abran. Del agua del mar no os digo nada. Para los lugareños siempre está ‘bárbara’, lo que traduzco libremente como: ‘está helada de morirte’.
A pesar del agua gélida, aún quedan ganas de tomar un helado. Vamos de vuelta al Puerto de Santa Cruz, que ese día hay mareas vivas y es un espectáculo sentarse en los bancos del paseo para ver cómo la pequeña playa ha desaparecido y las olas rompen contra el puerto inundando la acera. El ruido es sobrecogedor.
Nuestra mirada se escapa también hacia el puente que lleva a la isla, donde se encuentra el Castillo de Santa Cruz. Pero eso es tema de otro post.
Después de tantas emociones, no podía faltar una escapada nocturna, acompañada de un buen ‘pulpo a feira’ en A Coruña, en este caso en la fiesta que había junto al puerto. Y, como ‘comer y rascar todo es empezar’, por qué no una centolla abierta y preparada para mojar bien el pan, acompañada de un buen Albariño. Ahora sí que estamos disfrutando de las mieles de Galicia con sabor a mar.
Y así podríamos seguir hasta el amanecer, pero la copa la tomamos otro día, que ya no caben más fotos en el post y, además, se me ha subido un poco el vino a la cabeza.