Un excelente resumen de la historia de los jardines (desde el antiguo Egipto hasta el jardín de Monet en Giverny) que muestra el modo en que las personas han trabajado con la Naturaleza y nos recuerda quiénes somos en relación con ella. El propósito final es que lleguemos a entender que somos meros colaboradores de un “proceso creativo mayor”, lo que significa estar en sintonía con el espíritu del lugar y, lo que es más importante, trabajar en armonía con él.
Jeremy Nydler es un filósofo e historiador cultural británico residente en Oxford. Doctorado en teología y estudios religiosos, no hay que olvidar que, ante todo, es un afanoso practicante del arte y oficio de jardinería. Su pensamiento está basado en la premisa de que la jardinería se considera mejor como un arte sagrado, que conecta a los seres humanos con la naturaleza y la tierra de una manera verdaderamente espiritual.
Una tensión no resuelta
Una tensión que probablemente se ha producido en todos los jardineros desde la antigüedad hasta la edad moderna, y que el autor utiliza como hilo conductor para desvelar de qué modo las personas han trabajado con la Naturaleza a lo largo de la historia de la jardinería.
Su recorrido histórico por esa “tensión no resuelta” se inicia en la Jardinería de la Antigüedad, analizando la jardinería en el Antiguo Egipto, la Antigua Grecia y el jardín romano. Para los antiguos, los jardines eran el hogar de seres espirituales y divinos.
La premisa de que los jardines eran lugares sagrados continuó en la Edad Media europea, con la idea del jardín del paraíso, el concepto medieval de la Naturaleza y el fuerte simbolismo del jardín cerrado (hortus conclusus). Y es que, a pesar de que, tras la caída del Imperio Romano, la jardinería en Europa había pasado a convertirse en el cultivo meramente utilitario de verduras y hierbas, en el mundo islámico se desarrolló un estilo de jardinería, con raíces en los jardines amurallados y parques de caza de la antigua Persia, dominado por elementos arquitectónicos con finalidad y significado esencialmente religioso.
Sin embargo, desde el siglo XVII, la naturaleza se ha visto más como un recurso físico a explotar. Los fenómenos naturales ya no estaban cargados de simbolismo, como en la Edad Media. En su recorrido por esta etapa de la historia, el autor analiza el cambio en los estilos de jardinería desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII, con la creación de grandes terrazas ajardinadas y paisajes, como Versalles, que impuso el orden y el diseño humanos en la naturaleza.
Más recientemente, la jardinería se ha convertido en un arte por derecho propio, realzando la belleza inherente de la naturaleza. Su parada en el siglo XIX, con Gertrude Jeckyll y William Robinson como exponentes, nos permite descubrir la percepción del jardinero como artista: “Y así el jardín, como obra de arte, resulta de un diálogo entre el jardinero y el espíritu”.
El cierre del libro y de ese recorrido por la historia de la jardinería lo reserva a su conmovedora reflexión sobre la luz orientadora de Monet y su jardín en Giverny. En ese último capítulo, titulado, como el libro, La jardinería como arte sagrado, el autor describe su experiencia cuando visitó el jardín de Giverny por primera vez en los años 80 de siglo pasado: “la profusión de belleza parecía estar contenida en una atmósfera mágica, que impregnaba todo el jardín”. Es decir, casi había alcanzado la excelencia y se acercaba al concepto de la jardinería como arte sagrado que propone Jeremy Naydler, donde las fuerzas creativas que se encuentran detrás del mundo visible, armonizan con los efectos visibles de la actividad de la Naturaleza: “Todos conocemos jardines espectacularmente bien plantados y cuidados, que ofrecen un diseño impresionante a lo largo de las estaciones, pero que aún así parecen desprovistos de alma”.
Un libro delicioso que recomiendo y que ya puedes adquirir en librerías o en Amazon.