Si digo que el Parque del Retiro es uno de mis lugares favoritos en Madrid, me quedo corta, porque el Retiro es vida. Es caminar, pasear y correr. Volar patinando y montando en bici, viajar con la mente y, por qué no, navegar por su estanque.
El Retiro es bello por dentro y por fuera. Naturaleza y arquitectura modelada por la historia del país, pero lleno también de historias anónimas. Es compañía y soledad. Pero siempre es vida. No importa cuándo pasees por él, nunca es un lugar solitario, aunque siempre sea un lugar tranquilo.
Su origen está entre los años 1630 y 1640, durante el reinado de Felipe IV y, por supuesto, estaba destinado para uso y disfrute de la corona. Desde entonces, los acontecimientos históricos y los cambios de reinado fueron configurando su diseño. Así, por ejemplo, el Paseo de las Estatuas se creó cuando Carlos III decidió retirarlas del Palacio Real, porque consideraba que ya estaba bastante adornado. Supongo que no le agradaron demasiado y decidió que era más adecuado ubicarlas en El Retiro. Así, como quien cambia la lámpara de lugar.
Sea como sea, el Parque del Retiro llegó a ser de todos los ciudadanos a partir de 1868, cuando la Revolución conocida como La Gloriosa, que dio origen al Sexenio Democrático, abrió las puertas de este parque a todos. Aunque, durante el reinado de Carlos III entre 1759 y 1788, el monarca, a quien se llegó a conocer como ‘el mejor alcalde de Madrid’, permitía el acceso de los ciudadanos pero, eso sí, siempre y cuando ‘fueran perfectamente aseados y vestidos’.
La última vez que he visitado el Retiro, hace quince días, tal vez iba vestida demasiado sencilla para lo que requería aquella época pero, eso sí, muy aseada, lo que me permitió caminar con plena libertad para dejaros estas imágenes, que sólo pretenden ser un reflejo de lo que, desde mi punto de vista, constituye la magia de cualquier parque. La vida que hay en ellos, esa que aportan los que pasean por él. Sus moradores. Porque, independientemente de su belleza, qué sentido tendría crear un parque si nunca estuviese habitado por personas que lo disfruten e iluminen con sus miradas.
Aquel día era un domingo de otoño cálido y muy soleado … hasta que llovió, todo hay que decirlo. Además, se celebraba un puente festivo, por lo que no era extraño encontrar gran cantidad de personas fotografiando el estanque, el monumento a Alfonso XII, el Ángel Caído, el Palacio de Cristal, los cipreses de los pantanos o el ahuhuete mexicano plantado hace casi 400 años. En el Parterre del Retiro se hacían fotos con los setos de boj y laurel al fondo y, por supuesto, esperaban para posar junto a los cipreses modelados de tal manera que resulta casi imposible reconocerlos.
Mientras tanto, los lugareños paseaban ajenos al trasiego de turistas. Un padre prometía a sus hijos que otro domingo que hubiera menos gente, subirían a la barca del estanque, y es que en el embarcadero había una fila interminable. Una madre le comentaba a su hija, agachando la cabeza para acercarse bien a ella, «aquí aprendiste a montar en bici cuando eras pequeño» y, a juzgar por la edad de la niña, el acontecimiento debió suceder el año pasado, pero claro, eso para un niño es un mundo. También había, como siempre, artesanos y artistas, mimos, teatro de títeres, músicos y hasta la asamblea de la coordinadora 25-S, que se estaba celebrando junto al Palacio de Cristal.
Aunque se necesitan innumerables domingos para conocer cada rincón de este fabuloso pulmón de Madrid, recomiendo a quien visite la ciudad por primera vez, que haga un hueco cualquier mañana. Que pasee y se llene de vida durante unas horas, de la naturaleza y el arte que esconde el Parque del Retiro entre sus 18 puertas.
Mapa del Parque del Retiro de Madrid