Plantas, flores, paisajes. ¿Hasta qué punto todo eso constituye parte de nuestra vida? El paisaje no fue el género predominante de la pintura de Picasso, pero se dice que se formó a través de la pintura paisajística y los paisajes con él se hicieron arte.
Su obra en gran parte se desarrolló en estudios y sobre ese tema y el de sus modelos se acaba de inaugurar en Madrid un exposición, titulada «Picasso en el Taller». Son los paisajes interiores del pintor.
Pero Picasso también salió de su estudio y nos trasladó a su entorno entre 1890 y 1912. Nos llevó a su infancia en Málaga y en La Coruña, mostró sus primeros viajes a París y el contacto con los posimpresionistas, que fueron dejando huella en su pintura , donde se empezaba a apreciar su trazo libre y colorido.
Dicen que siendo joven y para recuperarse de la escarlatina, pasó un tiempo en la gran masía –Can Tafetans- que la familia de su amigo Manuel Pallarés tenía en Horta de Sant Joan, Tarragona. Allí fue testigo de la vida rural. Campesinos segando, pequeñas construcciones de campo, pastores leñando y los animales que allí había se convirtieron en modelo de inspiración, como lo fue el paisaje de algunos bosques, torrentes y barrancos en la zona que ahora se conoce como los Puertos de Tortosa-Beceite .
Allá donde vayamos hay algún aspecto de nuestro entorno que en ocasiones se ofrece para aliviar algún dolor. De un modo u otro, el paisaje acaba acariciando el alma, devolviendo esperanza y despertando una mirada más radiante. Nos arropa y nos hace sentir mejor y mejores. Ni siquiera Picasso pudo rendirse a sus encantos. Le inspiró y creó, en diferentes estilos, pinturas; paisajes y sueños. Casa en el jardín, casas en la colina, paisaje en la montaña, vistas desde la ventana, palomas, plantas, flores, colores. Es el paisaje que nos espera ahí fuera y que a veces, incluso, se cuela por la ventana.