A veces son flores que crecen en los caminos. Esas plantas ruderales que, como todas, se vuelven especialmente atractivas en mayo. Flores que en ocasiones invaden zonas de cultivo y no siempre son estimadas. Todas están ahí, muy cerca de casa si vives en el campo o en la periferia de zonas urbanas.
También puede ser flora espontánea que crece en nuestro jardín. En ese caso la tarea es aún más sencilla.
Un jarrón o un vaso que se llena con flores de aquí y de allá tiene un valor especial. Es nuestra pequeña creación.
A veces todo empieza con una sola flor. Una inflorescencia de Allium ampeloprasum (puerro silvestre), por ejemplo. Cuando llega su momento de florecer piensas, ha pasado un año, ya están aquí de nuevo. Y, de algún modo quieres celebrarlo. Me dispuse a hacerlo. Busqué compañeras para hacer ese arreglo floral.
Encontré plantas vecinas, algunas “puerta con puerta”. Flores de Glebionis coronaria -antes Chrysanthemum coronarium- (margarita silvestre), esas flores silvestres que crecen como “mala hierba” para algunos agricultores, pero que nos pueden alegrar el día a quienes no tenemos nada que temer (o que perder).
Siempre en amarillo, también están las flores de la Coronilla valentina subs. glauca, muy mediterránea, muy de esta zona, muy valenciana. Había que coger, también, algo de Euphorbia characias que le ha dado un aire realmente silvestre al ramo y cuyas inflorescencias aportan tonalidades amarillas que armonizan con las anteriores.
Como sucede en el campo y en los jardines, las gramíneas iban a dar ese toque de ligereza al bouquet, y fue así gracias a Stipa parviflora y Avena Sativa. Un poco más de aquí y de allá completan ese ramo de flores que apenas podía sujetar con la mano y que casi en el mismo orden que las cogí fui colocando en el jarrón.
Un jarrón lleno de flores frescas con aire campestre que cada vez que lo miro me hace recordar que eso es lo que había admirado esa tarde en el jardín o en el campo. Son flores de mayo que caben en las manos y en el jarrón.