No pudo ser un viaje a un mundo exótico, de manera que tuve que conformarme con una escapada a Madrid, pero eso sí, un Madrid alegre y vistoso, porque estaba muy florido, al menos en toda la zona centro y los alrededores de Colón, Cibeles, Neptuno y Atocha . El desfile del Día de la Hispanidad, que acababa de celebrarse, supongo que era la motivo. Sea como sea, begonias, vincas y geranios de olor adornaban las siempre arboladas calles de Madrid.
Además, tuve la suerte de visitar, en cierto modo, un paraiso exótico, el que tenía guardado el Museo Thyssen en una de sus salas de exposiciones temporales. Como no podía ser de otra manera, si estaba en Madrid tenía que visitar a Gauguin y el viaje a lo éxotico. Allí estaban su obras, representando una huida a Taiti como hilo conductor y su escape de la civilización como concepto. Junto a sus cuadros, los de aquellos pintores fauvistas y expresionistas que, bajo su influencia, tomaron ese concepto moderno de lo exótico y el primitivismo, como base de muchas de sus obras.
Al salir de la exposición caminé, por el Paseo del Prado, desde el Museo hasta Cibeles. Qué bello es el archiconocido Palacio de Comunicaciones, ahora Palacio de Cibeles y sede actual del Ayuntamiento de Madrid. Cuando todavía era la Casa de Correos, entrar allí para realizar cualquier gestión tenia su encanto, digamos, en tono irónico, que era todo un honor y, desde luego, podías simular que estabas haciendo algo mucho más trascendente que certificar un sobre o un paquete postal. Eso sí, la parcela, de 12.207 metros cuadrados de superficie, pertenecía a los Jardines del Buen Retiro hasta principios del siglo XX. Tras ceder el terreno para su construcción, el Palacio se inauguró en 1919.
Justo al lado, al comienzo del Paseo de Recoletos, pude visitar la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión y el Café Gijón , que sigue a buen recaudo y con el mismo encanto de siempre. Cuando fijas tu mirada en él, es como si en una pantalla se pudiera ver pasar, una detrás de otra, imágenes de aquellas tertulias de los intelectuales y artistas que lo frecuentaron durante el siglo XX, inmortalizando el gran café. Os aseguro que ese lugar embruja un poco. En ocasiones quedaba con compañeros para hacer algún trabajo, y siempre tenía la sensación de que había más personas de las que yo alcanzaba a ver.
Y ya, para finalizar, pasé delante de la Biblioteca Nacional, otro de mis lugares favoritos en Madrid. Por fuera y por dentro.
Este pequeño recorrido de apenas unas horas me hizo soñar despierta y, sobre todo, olvidarme completamente de si existía algún tipo de problema en el mundo real. Un paseo matinal que, después de todo, resultó ser lo más parecido a una escapada a lo exótico. Además, con ilusión y una gran dosis de imaginación, hasta una ciudad como Madrid se puede convertir en un paraíso, al menos por unas horas.