Galicia, concretamente Viveiro, en la costa de Lugo, era el destino que me aguardaba al terminar el colegio. Ese largo viaje desde Madrid, lo recuerdo con la misma emoción que la víspera del día de Reyes. En Viveiro he vivido lo que no se puede vivir en una gran ciudad cuando uno es un niño o adolescente: estar en la calle con muy pocas limitaciones de horario. Mis primeras ‘noches en blanco’ las he disfrutado en sus fiestas. El gran momento era, sin duda, la celebración del día de San Roque. En la madrugada del 15 al 16 de agosto, después de la verbena, y sin llegar a dormir, se subía al monte de San Roque, cuyo puerto comienza en el mismo pueblo.
Desde luego, es un lujo hacer la subida acompañado de personas que lo conocen bien, porque el trayecto, de casi 4 kilómetros, se hace mucho más atractivo y mágico tomando atajos a través del monte. Al llegar a la cima, a 353 metros de altitud sobre el nivel del mar, te aguarda la romería y el chocolate con churros… o lo que uno desee tomar, que a veces se continúa la fiesta. Las vistas desde ese mirador son todo un regalo para los sentidos.
Sin embargo, Viveiro no es solo fiesta, aunque éstas sean grandes, Viveiro y su comarca son un lugar hermoso lo mires por donde lo mires. Puedo afirmar, sin lugar a dudas, que he tenido ese enorme privilegio, el de poder disfrutar de las vacaciones más maravillosas que cualquier niño puede soñar.
El sol, sólo le faltaba ese pequeño detalle, pero cuando eres niño o adolescente, eso es lo último que te preocupa. Playas salvajes de arena fina con parque y merendero; ría, puente, cascadas, pequeñas islas, cuevas y grutas. Montes y monumentales árboles (polémicos eucaliptus incluidos), verdes praderas y jardines; acantilados, río y puentes; hórreos, galerías, casas de piedra y hortensias. Vacas, caballos, gaitas y orballo. Los mejillones, la tortilla de patata recién hecha, el pulpo, las tazas (de Ribeiro), el pastelón de carne, la zorza y el raxo. La calle de los vinos, la calle de la pescadería, la de la panadería y la calle de abajo. Calles empinadas, como la de rómpete-el-alma.
Viveiro y sus alrededores son, sin duda, un pequeño paraíso. Al menos para mí lo fue durante muchos años. No se ha librado, claro, de las barbaridades urbanísticas que han invadido nuestro país en los últimos veinte años, pero, hoy estamos de fiesta y vamos a dejarla en paz, de momento.
Aunque sea virtualmente, os invito a visitar la comarca de A Mariña Occidental, en la que se concentra buena parte de la esencia de Galicia.
Me voy pa’l pueblo, aunque sea soñando y recordando.